Las diferentes etapas de la historia de la humanidad han estado caracterizadas por la utilización de recursos energéticos determinados. En el denominado ciclo preindustrial, el agua y el viento, utilizados para mover molinos, y la madera y los residuos agrícola-forestales constituyeron las principales fuentes de energía. Con la invención de la máquina de vapor, el carbón vegetal pasa a ser el recurso predominante, constituyendo la base de la industrialización de finales del siglo XVIII. Primacía que será arrebatada en la segunda mitad del XIX, por el petróleo y el gas natural, a los que se sumará más tarde la energía nuclear. Aún hoy día las energías fósiles constituyen el mayor volumen de producción de energía, mientras que la apuesta por las energías renovables es aún insuficiente.
La creciente y continua explotación de las fuentes de energía ha condicionado el desarrollo económico y social y ha llevado consigo un desorbitado crecimiento demográfico en los dos últimos siglos. A comienzos del siglo XIX la población mundial no alcanzaba los 1.000 millones de habitantes y en el año 2000 se superó la barrera de los 6.000 millones. Este gran crecimiento demográfico está inserto en un modelo de desarrollo económico y social basado en el derroche energético, acompañado de un incremento paralelo de la demanda de energía. Una gran parte de esta demanda está aumentando considerablemente en las regiones emergentes del continente asiático. China se ha convertido en el primer consumidor mundial de energía, seguida muy de cerca por la India. (según predicciones de la Agencia Internacional de la Energía [AIE], esta demanda se incrementará en más de un 40% en los próximos quince años).
En el campo de la energía es evidente la relación que existe entre producción, consumo, mercados y medio ambiente. Las luchas por el control de los recursos energéticos tienen importantes consecuencias geopolíticas, convirtiéndose el mercado de la energía en el auténtico protagonista de las relaciones internacionales. La invasión de Irak, la continua ruptura del equilibrio político en Oriente Medio, o los conflictos en países africanos como Malí, Libia o Sudán del Sur, por ejemplo, son claros reflejos de las batallas por el control que quiere ejercerse sobre los recursos energéticos. Esta lucha por el control de los recursos, por otro lado, tiene una enorme repercusión en la configuración de un nuevo orden en la geopolítica mundial, donde Asia (sobre todo las cuatro grandes regiones de China, la India, Japón y Corea del Sur) se presenta como un gigante consumidor de energía, y su creciente dependencia de Oriente Medio y de África ejerce una importante repercusión en el mercado mundial.
La extracción de petróleo y gas de esquisto (shale oil) en yacimientos no convencionales en Estados Unidos (obtenido mediante el método del fracking o fracturación hidráulica), y que se está extendiendo a países como México y Argentina, el petróleo de arenas bituminosas en Canadá o la explotación de nuevos yacimientos de petróleo en aguas ultraprofundas en las costas de Brasil, podrían marcar un nuevo mapa mundial de la energía y una hegemonía del continente americano.
Sin embargo, habrá que esperar la reacción de los países de la OPEP, que ante este nuevo escenario parece que empiezan a reaccionar con la bajada de los precios del barril de petróleo, que dificultaría y no haría viable su desarrollo, ya que los gastos de explotación son diez veces más costosos que el de los yacimientos de petróleo convencionales. ¿Hasta cuándo se podrá sostener el elevado precio que supone la perforación y la implantación de nuevos proyectos tanto en los yacimientos no convencionales como los desarrollados en aguas ultra-profundas? ¿Qué papel representarán las regiones emergentes de Asia-Pacífico? ¿Cómo afectará este nuevo escenario a las relaciones entre Rusia y la Unión Europea?
Un desafío pendiente es la apuesta decidida por la implantación de las energías renovables y una adecuada protección del medio ambiente. Los impactos ambientales se registran durante todo el ciclo energético, desde el proceso de extracción, transporte y almacenamiento, hasta la gestión de los residuos. Inmersos en un escenario de deterioro medioambiental, contaminación y calentamiento global, se hace cada vez más urgente promover medidas que modifiquen el actual modelo energético y productivo, apostando por una economía basada en el valor a largo plazo y por proyectos que sean compatibles con la eficiencia energética y la sostenibilidad.